POÉTICA PARA CHAMINES

Los vericuetos de la escritura para niñas y niños

Érase una vez…

Corría el año 1974 cuando inventé –por iniciativa personal− mi primer poema, que hablaba de un pajarito enjaulado. Olvidado quedó en una libreta, nunca supe más de él. Terminaba el quinto grado de educación primaria. En toda mi estancia escolar jamás volví a escribir –por interés particular o por imposición− un texto propio y original. Todo se limitó trascribir, tomar dictados, parafrasear, hacer resúmenes, responder cuestionarios… La escuela no me enseñó a escribir: solamente a «copiar y pegar».

¿Cómo podría ese peladito que fui hacerse escritor, si es que alguna vez llegaba a advertir que tenía cierto talento para la creación literaria? Y si llegase a alcanzarlo, ¿qué le diría a quien me leyera?

Escribir para la infancia

Que un niño escriba un texto poético para sus iguales, desde su ingenua y curiosa sensibilidad, es una cuestión que a los adultos pudiera resultar simpática y ocurrente. Pero un asunto totalmente diferente es que un adulto decida producir textos que otros adultos deberán valorar y considerar meritorios para que la niñez, al leerlos, los acoja como suyo.

Escribir poesía para niñas y niños lleva consigo el riesgo de exponerse como creador ante la mirada escrutadora de los expertos. Nada importarán las buenas intenciones ni las presunciones del autor: si los textos no funcionan dentro de la discursiva de la literatura infantil, poco o nada podrá hacerse para que estos terminen en un libro… Aunque hay lamentables excepciones.

En 2022 fui contactado por el fondo editorial de un ente gubernamental para unirme a un equipo redactor que tendría la responsabilidad de producir textos relacionados con la educación ambiental. Sin embargo, por encargo de la institución, me tocó hacer lectura profesional de manuscritos que eran enviados a la editorial o solicitados por esta, todos dentro del género de la literatura infantil.

La experiencia resultó bastante desalentadora por dos razones: la primera, la mayoría de los trabajos estaba plagada de errores y vicios, hasta el punto de que muchos de los cuentos y poemas evaluados parecían ejercicios de escritura realizados por estudiantes de los últimos grados de educación primaria o de bachillerato; la segunda, casi todas las obras descartadas por su calidad terminaron siendo publicadas por la editorial, por razones meramente burocráticas.

Esta situación también se observa en el ámbito privado: negocios que se dedican a la elaboración de libros por contratación, en las que el único requisito para publicar es la cancelación de los gastos que esta tarea conlleva. La calidad estética no importa mucho, basta que el autor tenga dinero para costearse el «lujo» de ser publicado. Algunas personas optan por crear su propia firma o empresa personal para autopublicarse. Todo esto sería intrascendente si no estuviésemos hablando de libros dedicados al lector infantil.

Tal como lo afirmaba el poeta y ensayista venezolano Efraín Subero −individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua− en su libro La literatura infantil en el mundo hispanoamericano:

… Casi siempre nuestro escritor no sabe escribir. Y hay mucha gente inculta todavía que se dice escritor. Son estos, precisamente, los que jamás prestan sus sentimientos. Son estos, precisamente, los que no se dan cuenta [de] que el texto no basta para el carácter imaginativo y sensible del niño que transita por calles que no son suyas […] Entonces se cae en la versificación insustancial, en el metro rebuscado, en el infernal diminutivo. Este es el caso cuando se cree que poesía es rima. O que literatura son palabras bonitas […] Si no abundan los [buenos] autores tampoco abundan los editores. Por lo general, en Venezuela, el creador de literatura infantil tiene que costear la impresión de su obra […] Otro problema difícil es la impresión y circulación indiscriminadas de literatura supuestamente infantil…

La falta de formación literaria es otro de los problemas a resolver. La idea de que escribir para niños es una labor sencilla está muy extendida en ámbitos extraliterarios. Históricamente en nuestro país las personas que han incursionado en la literatura infantil provienen de profesiones tan disímiles como la medicina, la ingeniería, el periodismo o la psicología. Muchas son docentes –es mi caso− que, con el propósito de enseñar de una manera menos rígida y más lúdica, se atrevieron a crear textos con cierta cualidad estética, para ofrecer a sus estudiantes poemas o cuentos más significativos o interesantes que aquellos aparecidos en los programas oficiales. Sin embargo, la más de las veces dichas producciones carecen de la belleza que ostentan los títulos de autores reconocidos;  y están plagados de equivocaciones y lugares comunes, de sesgos moralizantes y propensiones didácticas, de rimas fáciles o forzadas y odiosos diminutivos, de realidades ajenas a la infancia o tramas que a cualquier niño pudiera resultarle inconsistentes, abundantes en animales parlantes u objetos que no forman parte de la cotidianidad del pequeño lector contemporáneo.

El escritor es un practicante empírico del oficio. Así lo expresaba Subero en la obra ya citada. Es cierto que algunas cosas han cambiado: algunas personas egresadas de las escuelas superiores nacionales de Letras se han dedicado a escribir para los más pequeños. Pero aún la literatura para niñas y niños sigue siendo en Venezuela y América Latina una vocación de proscritos, de talentos robados a otras carreras y quehaceres. Estos, a sabiendas de que muy poco puede avanzarse en el mundo literario y de la publicación, y como verdaderos autodidactas, han buscado la especialización a través de cursos, seminarios, cátedras y talleres; además de leer y estudiar mucho, por cuenta propia, sobre la materia.

El testimonio

La primera acción que emprendí después de dejar definitivamente las aulas para dedicarme a la escritura fue inscribirme en talleres reconocidos de creación literaria, tanto en poesía como en literatura infantil. Estaba consciente de que mis atrevidas incursiones en la literatura no eran más que eso, muestras osadas de una cándida ignorancia. Haber trabajado en la elaboración de textos escolares en una importante empresa multinacional de la edición era lo más formal que había hecho dentro del campo, aparte de mis colaboraciones en algunos diarios de circulación nacional. Después de abandonar la enseñanza en 2011 me inscribí en un taller de creación literaria ofrecido por el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. En 2014 fui invitado por Luiz Carlos Neves −escritor brasileño radicado en Venezuela y autor de una prolífica obra dedicada a la niñez, cuya partida en febrero pasado nos dejó un vacío de afectos y palabras a quienes lo quisimos y admiramos con profunda gratitud− a participar en un taller de literatura infantil y juvenil auspiciado por Monte Ávila Editores Latinoamericana. Muchos de los textos allí producidos como ejercicios de escritura han sido publicados en este blog.

Un año después, la Editorial El perro y la rana me encomendó la tarea de crear un libro, dirigido a niñas y niños de cuatro a siete años, que tratara el tema de la imaginación. Esa obra se convirtió en mi primer logro como escritor de literatura infantil. Fue presentada en la 14.ª Feria Internacional del Libro de Venezuela ante un auditorio lleno de chamines. En 2021 este título fue postulado al Premio Nacional del Libro por la misma editorial.

En 2022 fui escogido por el Centro Nacional del Libro para ser jurado de la ɪᴠ Bienal Nacional de Literatura Manuel Felipe Rugeles mención Poesía Infantil. La mayoría de los manuscritos que recibí para su evaluación no cumplían con la calidad mínima para inscribirse en el concurso. Fue una impresión nada agradable. ¿Acaso no se estaba escribiendo nada bueno para los más chiquitos de este país? Esta experiencia, unida a la frustración que me ocasionó el trabajo realizado como asesor editorial dos años atrás, me llevó a tomar la decisión de responder a la convocatoria hecha en 2023 por el Centro Nacional del Libro y la Casa Nacional de las Primeras Letras Andrés Bello y ser parte de la ᴠɪɪ Bienal Nacional de Literatura Infantil Cruz Salmerón Acosta.

En abril de ese año comencé la escritura del libro de poemas. Las bases exigían un mínimo de sesenta páginas. El primer poema que hice se tituló Si la luna. A partir de allí se inició un trabajo arduo e intenso por dos meses. Esta labor debía alternarla con el desarrollo de unos talleres para docentes que había empezado en marzo. Pero no me preocupaba el tiempo, pues la recepción de manuscritos culminaba en noviembre.

Sin embargo, ocurrió algo que me mantuvo fuera de juego por tres meses. A principios de junio falleció uno de mis hermanos. A partir de ese momento me sumí en una tristeza que me impedía escribir. Abandoné el proyecto del poemario. Dejé de alimentar el blog. Todo proceso creativo conlleva, además de inventiva, mucha reflexión. Hacer poesía exige un estado de sensibilidad tal, que me era imposible construir un solo verso. Como si esto no fuera suficiente, empezando agosto murió una amiga muy cercana, quien desde siempre había estado involucrada, de una forma u otra, en todo mi trabajo como promotor cultural en materia del libro y la lectura.

Me di por vencido. No podía seguir escribiendo. Llegaría la fecha tope y yo sin poder terminar el libro. Faltaba más de la mitad de las cuartillas requeridas. Ante esta indisposición resolví leer. Opté por «correr» un maratón de lectura de todas las novelas de la escritora belga Amélie Nothomb. El plan era «devorarme» veinticuatro libros en lo que quedaba de año. Además, planifiqué para mi cumpleaños realizar un viaje a la ciudad de Cabudare (estado Lara, Venezuela) para reencontrarme con una vieja amiga a la que no veía desde hacía más de treinta años.

Al regresar a casa, intenté por enésima vez retomar la escritura y… ¡Voilá! Las palabras comenzaron a fluir sin obstáculos. Ya estaba corriendo septiembre. Debí releer los textos que ya había creado, descartar aquellos que me perecieron fallidos o que rompían la unidad del libro, rescribir los que necesitaban correcciones y producir nuevos poemas. Al finalizar esta etapa del trabajo escritural, resolví dejar que los textos «reposaran» por tres semanas −y que mi cerebro tomara distancia de sus productos, a tal punto que transcurrido el tiempo le parecieran ajenos− y continué mi lectura de la Nothomb. A finales de octubre hice el último escrutinio: sustituí un poema, a otro le cambié el título. Ya no había más por hacer. El 31 envié la obra y la respectiva plica a la dirección de correo electrónico indicada en las bases. El saldo definitivo del proceso de creación fue el siguiente: sesenta y cuatro textos escritos, cincuenta y tres sobrevivieron el examen, nueve fueron suprimidos. Ahora tocaba esperar el veredicto.

¿La dulce espera?

No llegó acuse de recibo a la bandeja de «Recibidos» de mi correspondencia electrónica. Comienzo de la ansiedad. Una de las razones por la que me desagrada presentarme en concursos literarios es que no sé administrar mis expectativas durante el tiempo que debo aguardar hasta el anuncio oficial de los textos ganadores. Mi mente se desdobla. Una mitad cree a pie juntillas que no hay posibilidad de perder, que mi creación será la elegida por ser la mejor de todas las obras presentadas, y no puedo parar de contar los pollos antes de nacer: qué haré con el premio en metálico, quién ilustrará el libro, en qué fecha será publicado, cuándo y dónde lo presentaré… La otra fracción no para de dudar y desconfiar de todo y de todos, de descalificar el trabajo realizado, de imaginar una larga lista de erratas, de arrepentirse por la osadía cometida, de figurarse la expresión de decepción y burla en el rostro de cada jurado al leer mis poemas… Mi ánimo en tales circunstancias oscilaba entre «¡Gané, gané, gané!» y «Ni siquiera estoy participando».

A este panorama de angustia se agregó todo el nerviosismo que genera la inminente publicación de un libro. Pocos meses atrás había remitido una antología de textos poéticos a un buen amigo que dirige una editorial emergente, para solicitar la impresión de un único ejemplar y preguntarle si me hacía el honor de escribir el prólogo. Su respuesta fue afirmativa en ambas peticiones. Así que le mandé la obra ya maquetada en PDF para que pudiera hacer la lectura respectiva y redactar la introducción. Días después me comunicó que necesitaba el archivo en formato .doc, que se lo despachara vía e-mail. Así lo hice. Dejé que corriera un tiempo prudencial antes de preguntarle cómo iba lo del prefacio. Entonces me envió el documento con una nueva diagramación, sin la presentación, pero con un detalle que me dejó boquiabierto: en la portadilla aparecía el logo de la editorial. Rápidamente le comuniqué mi extrañeza vía WhatsApp. ¡Oh, sorpresa! Me contestó que, por la calidad de los poemas, había resuelto incorporar el libro en la colección de la editorial.

El 11 de noviembre presentamos la antología en la 19.º Feria Internacional del Libro de Venezuela, cuatro días antes de la culminación del plazo de recepción de manuscritos del concurso. Asumí que el dictamen del jurado calificador seguramente sería informado dos o tres semanas después, tal vez antes de finalizar noviembre o a principios de diciembre, dando por sentado que la valoración de las obras postuladas en la competición sería «pan comido», por la experiencia que había tenido como miembro del comité evaluador el año anterior.

Pues las cuentas salieron mal. Terminó noviembre, transcurrió diciembre. Nada. Cansado del desasosiego que me producía la expectación, me propuse aplacar la incertidumbre diciendo para mis adentros «no estás concursando, tu correo no fue leído, olvídalo». Repetir este mantra cada vez que me asaltaba la desazón fue calmando mi pensamiento. 2024 había arribado con su cargamento de propuestas, preocupaciones y rutinas propias. Una de ellas fue la actualización del blog. Pasada la euforia de las celebraciones de Año Nuevo, comencé a escribir la entrada que trataría precisamente el asunto de los deseos, las nostalgias y las aspiraciones: Entre el espanto, la rabia y la ternura.

A las 9:52 a. m. del 12 de enero el celular comenzó a sonar. Número desconocido, no estaba entre mis contactos. Acepté la llamada. Era el presidente del Centro Nacional del Libro, una de las instituciones que auspiciaba el concurso. Después de los saludos de rigor −«Buenos días», «Feliz Año», «¿Cómo estás?»− me hizo saber que mi poemario había resultado ganador de la bienal. Cuatro minutos con cincuenta y dos segundos duró la conversación.

 Así de breves son los momentos que nos cambian la vida, para bien o para mal.  

¡Seguiremos leyéndonos en una próxima entrega!

P. D. 1. ¡También cumplí la meta del maratón de lectura!

P. D. 2. Mi editor, Ennio Tucci, director de Ediciones Madriguera, había resultado ganador de la ᴠɪ Bienal Nacional de Literatura Rafael Zárraga por su novela En Primera en octubre de 2023.


Imagen de cabecera tomada de Freepik.

Publicado por Rod Medina

Docente, escritor, poeta, mediador y promotor de lectura; con más de 30 años de experiencia en el ámbito pedagógico. Por años se ha dedicado al desarrollo de diferentes actividades comunitarias relacionadas con la promoción del libro y la lectura. Como miembro del Colectivo TVLecturas ha participado en varios proyectos de la Fundación La Librería Mediática. Ha ejercido funciones como diseñador y facilitador de diversos cursos y talleres, y como asesor en instituciones públicas dedicadas a la gerencia del libro y la lectura. Es autor de los títulos A leer se aprende leyendo editado por el Centro Nacional del Libro, e ¡Imágínate tú! publicado por la Editorial El perro y la rana. Como autor editor ha publicado cinco libros de poemas: La viga en el ojo, Apuntes de geometría para anacoretas en gestación, Confidencias a una sombra, Fe de errancias y Multitud de gentes me habita.

4 comentarios sobre “POÉTICA PARA CHAMINES

    1. La creación es un proceso alquímico que transmuta la experiencia en arte; en este caso, en textos que son expresiones de lo poético, dicho de tal forma que pueda llegar a la sensibilidad de los más pequeños.
      Muchas gracias por tu comentario. Saludos y abrazos.

      Me gusta

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