BOLÍVAR DEVALUADO

Una lectura de la película Simón

El  primero de marzo de este año se estrenó en Netflix la película Simón, ópera prima del director venezolano Diego Vicentini. Cuando vi el avance el año pasado, antes de su lanzamiento en las salas de cine del país, pensé que la cinta −«inspirada en hechos reales» dice la publicidad, «que retrata eventos dramáticos ocurridos durante las protestas contra el régimen de Maduro en 2017» indica la prensa digital, «mi objetivo fue crear una película en la cual, si no sabes nada de nuestro país, vas a salir un poco más informado de lo que nos ha pasado en los últimos años» afirma el cineasta en una entrevista− presentaba una perspectiva totalmente sesgada de la realidad que pretendía mostrar. Y así pude constatarlo mientras transcurrían los noventa y nueve minutos que dura el filme. He aquí mi reseña.

El cine es arte

La industria cinematográfica, como cualquier otro negocio que vive a expensas de la manipulable subjetividad de sus consumidores, nos tiene acostumbrados a sus tendencias dentro del mercado del entretenimiento. Igual panorama presentan los mundos de la edición y la música, dos ámbitos donde toda la maquinaria del capital apuesta por alcanzar más adeptos en cada una de sus acometidas con el objeto de multiplicar sus ganancias. Las plataformas de distribución de contenidos multimedia no se han quedado atrás, irrumpiendo con fuerza en la competencia de la producción de audiovisuales, con cintas y series que desafían el emporio cinematográfico y revolucionan la manera tradicional de ver cine.  

La pugna por ganarse la mirada de los espectadores es colosal. Unas productoras recurren al ojo crítico de la audiencia, otras se conforman con la manufactura en cadena de bodrios que garanticen buena taquilla. Las empresas de distribución mueven sus hilos para llenar las salas y las plataformas de streaming de eso que conocemos como «cine comercial»: pelis de chimboterror, pelis romantiflojas, pelis bobinfantiles, pelis clichebélicas, pelis de supercheches, pelis de burdacomedia, pelis historifalsas, pelis dramaticínicas… Somos testigos mudos de una verdadera dictadura del mal gusto y la lectura fácil.

Tal como lo afirma Luis Bonilla-Molina en su ensayo Mafaldas o zombis, todas las acciones de la industria cultural «tienen como norte la producción de mercancías culturales para el modelamiento del comportamiento social, el control de las disidencias y la eliminación de narrativas que obstruyan la hegemonía ideológica del mundo capitalista».

¿Y dónde queda el arte? Vaya usted a saber.

El arte, en esencia, es una manifestación de la conciencia. El arte expresa aquello que unos pocos son capaces de percibir, pero que muchos tienen la posibilidad de interpretar. El arte como una forma de lenguaje mueve las ideas y transforma el pensamiento. El arte problematiza las contradicciones y socializa las complejidades.

El cine como manifestación artística de la subjetividad de sus creadores, no debería falsear su discurso para ocultar la realidad, y mucho menos para explotar ideológica y materialmente a las masas. El cine deja de ser arte cuando se arrodilla ante el poder económico que le ofrece sustento y pone en manos de este las decisiones finales. El cine, en tales circunstancias, deja de ser arte para convertirse en mercancía. Muy poca gente advierte la delgada línea que marca la diferencia entre un concepto y otro. Actualmente ya casi nadie cuestiona este infeliz mecenazgo. Y así, a fuerza de billetazos y mucha propaganda, el cine como discurso estético queda reducido a cliché, a impostura, a esnobismo, a «mariconez». El financiamiento de la industria cinematográfica aplica, como bien lo describe Miguel Antonio Guevara en su libro It´s a selfie world, el principio development hell, haciendo que toda producción artística se convierta en «un proyecto infernal, con un montón de ejecutivos metiendo la cuchara en el caldo de la película, incesantes reescrituras de guion e incontables refilmaciones» […] ¿Por qué? [Porque] la historia misma no tiene importancia, puesto que está diseñada para ser un divertimento efectista» que configure y reconfigure los imaginarios colectivos y refuerce las ideologías instaladas en las mentes del público.

¿De cuál Simón me hablas?

Confieso que lo que me mueve realmente a escribir este artículo no es la pretensión de lucirme como crítico de cine ni el ataque malsano de las posturas políticas individuales de quienes produjeron la película Simón, sino desmontar la descarada apología que hace Diego Vicentini de unos acontecimientos que no pueden mirarse ni exponerse de una forma tan premeditadamente torcida, aprovechándose de toda la mediática igualmente cruzada por la falta de veracidad y la invisibilización de los conflictos de fondo.

Advierto que, con mis razonamientos, no intento satanizar la protesta ni ocultar ni minimizar los abusos y los delitos cometidos por la policía ni la guardia nacional en estos hechos. La ley también es taxativa cuando se refiere al manejo de la fuerza pública en manifestaciones de este tipo. El artículo 68 de nuestra constitución establece que «los ciudadanos y ciudadanas tienen derecho a manifestar pacíficamente y sin armas, sin otros requisitos que los que establece la ley», y agrega que «se prohíbe el uso de armas de fuego y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones públicas». Y esto fue así hasta en los momentos más críticos acaecidos antes de 2014, año en que las acciones de calle de un sector de la población tomaron otro cariz y el problema pasó a ser considerado por el Estado como un tema de seguridad de la nación. Entonces a la violencia callejera le siguió la represión gubernamental. He aquí el quid de este malhadado asunto. Pero el conflicto se intensificó cuando se inventó y posicionó el correlato de la juventud libertadora. El mandado ya estaba hecho.

Así las cosas, y habiendo transcurrido el tiempo suficiente para que, a fuerza de reflexión individual y concientización colectiva, pudiera tenerse una visión más objetiva de estos sucesos, no resulta casual que, en una conversación con El Nacional, el director Vicentini  expresara que había elegido el nombre se Simón para «atribuirle la mitología de Bolívar a todos estos jóvenes que son anónimos» y «como [para] tener un chiste interno entre nosotros, porque quizás un americano (sic) ve Simón y no hace la asociación».

Pero en tal decisión el novel director no hace más que meter la pata y embarrarse con la historia, al valerse de la figura del Libertador «para cubrir con los resplandores de su gloria lo opaco y menguado de nuestra realidad cívica» (Briceño Iragorry dixit). El alegato de este joven, radicado en Estados Unidos, que dice haber dejado el país a los quince años de edad por la inseguridad en que vivía, es otro ejemplo de esa dañosa tendencia a rendir culto a los héroes desde lo sentimental más que desde lo reflexivo. Pero, además, es muestra de un mal que nos ha aquejado desde siempre como pueblo: el conveniente olvido del pasado debido a la falta de memoria histórica y el infantil complejo de sentir que el ayer fue mejor.        

Esa épica de la que habla Vicentini, multiplicada por los medios de difusión nacionales y foráneos, pasó a ser una fábula convincente para esos jóvenes que a diario protagonizaban las intensas protestas callejeras –que terminaban generalmente en vandalización de las ciudades, enfrentamientos con los cuerpos de seguridad del Estado y angustia constante de la gente al transitar las calles−, vehemente e interesadamente elaborada por unos dirigentes irresponsables y un periodismo perversamente acoplado a estos; que solamente era creíble para quienes, en su desesperación, asumieron que la única solución al problema de gobernabilidad era la confrontación violenta y sostenida.

Ninguna de las manifestaciones estuvo signada por ese espíritu libertario que Vicentini quiere adjudicar a los grupos que a diario ponían en jaque a la colectividad. En contadas ocasiones las marchas convocadas fueron conjuntos organizados y pacíficos de ciudadanos que demandaban cambios en las políticas públicas. Lastimosamente sí abundaron las multitudes descontroladas que sitiaron ciudades, atacaron sedes de organismos gubernamentales, destruyeron propiedades públicas y particulares, lesionaron leve o gravemente a transeúntes que trataban de sortear las barricadas que impedían el libre tránsito, entre otras transgresiones. Las consignas más repetidas exigían la salida del presidente, reclamaban elecciones anticipadas, pedían la intervención de gobiernos extranjeros; en resumen, solicitaban acciones que era imposible realizar dentro del marco legal vigente y en unos escenarios donde la mayoría de la población no participaba. Esos jóvenes de los que habla Vicentini no fueron más que la carne de cañón de sectores políticos que siempre han estado conspirando para hacerse del poder y de los recursos del Estado a través de cualquier vía.

Lo cierto es que para las nuevas generaciones –y para las viejas también− Bolívar es solo el Libertador, el mayor prócer venezolano que luchó contra la Corona de España y sus ejércitos realistas para lograr la independencia patria. Eso es lo que se repitió por décadas, lo que decían los libros de textos que se memorizaba en las escuelas, lo que se declaraba en los actos cívicos, sin profundizar pensativamente en las vivencias de este hombre, en sus ideales, sus concepciones del mundo, en sus contradicciones, sus aciertos y sus errores. Asimismo, pocos conocen sobre el esfuerzo y el sacrificio de otras figuras relevantes de la gesta emancipadora, de los intríngulis de las sucesivas guerras que se dieron en el territorio para separarse del imperio español y de los cruentos enfrentamientos internos entre facciones lideradas por caudillos hambrientos de poder. Tampoco se tiene conciencia de los desaciertos cometidos por importantes líderes militares y civiles en la gobernanza del país, de las consecuencias de la débil postura ante la injerencia extranjera en asuntos políticos y económicos nacionales, de las conchupancias entre gobernantes y poderosos grupos económicos del país. Un largo etcétera de inopias que nos ha conducido por el camino del oscurantismo político y la falta de conciencia ciudadana. Ya lo decía Mario Briceño Iragorry en su Mensaje sin destino (1951): «… en Venezuela, desgraciadamente, hay, sobre todas las crisis, una crisis de pueblo […] porque nuestra historia no ha sido los anales de los grupos que formaron las sucesivas generaciones, sino la historia luminosa o falsamente iluminada, de cabecillas que guiaron las masas aguerridas, ora para la libertad, ora para el despotismo».

¿Qué lectura haría Vicentini del Bolívar que escribió en su Discurso de Angostura (1819) el siguiente texto?

La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia. Semejante a un robusto ciego que, instigado por el sentimiento de sus fuerzas, marcha con la seguridad del hombre más perspicaz, y dando en todos los escollos no puede rectificar sus pasos. Un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud; que el imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son más inflexibles y todo debe someterse a su benéfico rigor; que las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes; que el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad.

Después de casi doscientos años, tales palabras no podrían describir mejor las circunstancias que rodearon a esos grupos de jóvenes anónimos de los que habla el joven director, crédulos e inexpertos en la política, manipulados –como bien lo señala uno de los personajes de la cinta− por cabecillas de algunos partidos de oposición al gobierno, ignorantes de sus derechos y deberes civiles, disociados por las promesas que les hicieron y sus propias expectativas; confundidos por ilusiones que tomaron como realidades. Dolorosamente tuvieron que aceptar su fracaso y, sin poder manejar la frustración de sus aspiraciones, muchos decidieron partir a otras naciones sin la posibilidad de elaborar sus duelos; de reconciliarse con el terruño; de prepararse para las contingencias; de comprender críticamente lo que les ocurrió; de reconocer sus extravíos; de cuestionar a quienes los engañaron; de darse cuenta del efecto de los discursos de odio de sus padres, escuchados por años, desde que eran niños…  

Pudiéramos seguir hablando de Bolívar para distanciarnos de esa mirada fragmentada de los hechos que nos muestra el filme de Vicentini, pero hay otro Simón que destaca en esta historia patria nuestra, tantas veces manipulada, tantas veces ignorada y mal comprendida, llevada por el maniqueísmo infantil o la interesada exaltación mítica. Simón Rodríguez, mentor de Bolívar, también fue un gran militante político y luchador social, pero además un gran pensador de los destinos de la república. Fue él precisamente quien canalizó los ardores de un joven Bolívar –igual de inmaduro y fogoso que esos jóvenes personajes de la película− que paseaba por Europa, dándose la gran vida de señorito viudo, sin mayores compromisos ciudadanos, con una visión bastante errada de la realidad y ajeno a los procesos de transformación del orden establecido; y lo guio sabia, consciente y responsablemente hasta ese momento sublime del juramento en el Monte Sacro.

Este otro Simón también conspiró contra el régimen español, ingenuamente se sumó a un movimiento que pretendía derrocar el gobierno de entonces y terminó huyendo del país, bajo el seudónimo de Samuel Róbinson, para nunca más volver. Y aun así, jamás se dio por vencido; por el contrario, en todo cuanto hizo estaba presente el sueño de una América poblada de repúblicas libres y soberanas, de ciudadanos con verdadera conciencia democrática, de iguales que se entreayudaran y no se entredestruyeran. ¿Qué pensarían esos jóvenes sobre sí mismos y sobre sus actos si hubieran escuchado a este otro Simón decir que «en la maniobra de la sociedad, como en la del ejército, los malos ciudadanos y los malos soldados marchan en desorden, se atropellan y tiran unos contra otros, sin ser enemigos». O si, increpándolos, expresara: «“El árbol de la libertad se ha de regar con sangre” es un concepto verdadero, si por Libertad se entiende la Independencia para obrar en favor propio, sin daño ajeno; pero será un falso concepto, si se cree, que para entenderse sobre el modo de obrar, y sentar un principio que regle este modo, sea menester reñir: el resultado sería entonces una guerra perpetua, por consiguiente, la aniquilación».

Voy contigo, Simón

Hay que reconocer, de entrada, que la cinta en cuestión toca un asunto bastante sensible para el ciudadano de a pie; una situación que a partir del 12 de febrero de 2014 −Día de la Juventud en Venezuela− y los años sucesivos, se convirtió prácticamente en una tragedia cotidiana que desembocó, entre otros problemas, en el éxodo más grande que ha experimentado la república en toda su historia. Por lo tanto, en este aparte centraré mi valoración en elementos puramente cinematográficos, hecho ya el desmontaje de los discursos que consideran la cinta como un reflejo de la realidad.

Dos aspectos fundamentales en la producción de una película son el libreto y la dirección de actores y actrices en la interpretación que hacen de este texto.

Primeramente, si dejamos a un lado la emocionalidad y la acostumbrada manía de querer identificarse con la trama o los personajes,  rasgos distintivos del espectador pasivo e ingenuo; y evaluamos la calidad literaria del guion que sigue la cinta, entonces advertiremos fallas notables en el texto base, no solo en la construcción de una historia más o menos creíble y balanceada sino en la elaboración de unos diálogos que dejan ver la poca formación literaria de su autor. Más allá del efectismo y la forzada coloquialidad de los parlamentos, el libreto no ofrece retos de lectura, sino por el contrario, cae insistentemente en lugares comunes. Quizás la mayor proeza de la historia fue la construcción de un personaje que vive solo en la mente del protagonista. Del resto podemos decir sin prurito que el relato resulta fallido para quienes no se dejan atrapar fácilmente por la sensiblería, la propaganda, la frustración, la nostalgia y la culpa que el guionista desea explotar hasta el máximo en el público. En este sentido, el filme parece estar hecho a la medida del punto de vista de un espectador específico, ese que directa o indirectamente vivió el conflicto que se intenta presentar desde una postura que puede identificarse fácilmente con uno de los dos sesgos ideológicos que, tristemente, se han instaurado en la sociedad venezolana, y que responden a ese fenómeno psicosocial explicado en la entrada anterior: el pensamiento de grupo. Es como si el texto hubiera sido escrito desde un estado más visceral que intelectual, con escenas saturadas de impulsividad e irracionalidad, con las que se intenta burdamente elaborar un correlato tan cargado de tragedia, que solo puede ser resuelto a través de la redención del héroe caído. Sin embargo, el mito no funciona en este caso porque la lectura de los hechos se inclina peligrosamente hacia la interpretación única. El diálogo entre el coro −representado por la pequeña célula estudiantil− y el héroe −personificado en Simón− resulta tan débil y poco creíble, que en lugar de provocar reflexión y empatía en el auditorio, termina induciendo lástima y vergüenza. Al final, la catarsis, momento en el que protagonista y público deberían ser redimidos, resulta incompleta para quienes la película no dice todo lo que pudo haber contado.

En segundo término, hay que indicar que las actuaciones dejan mucho que desear. No hay ninguna que pueda rescatarse del desastre. Ni siquiera los extras hacen bien su representación. Los personajes debaten entre sí en una trama que desea abarcar casi todos los móviles de una narración: protagonista contra antagonista, protagonista versus mundo, protagonista contra sí mismo, protagonista contra evento, protagonista versus fatalidad. En un embrollo como este resulta lógico que actores y actrices se pierdan en una maraña de episodios donde lo que sobra es contradicción y violencia. Por supuesto, estas equivocaciones en la interpretación tienen como origen un guion mal escrito y una inadecuada dirección. En este caso, Vicentini es el responsable de ambos tropezones, pues además de dirigir la cinta escribió el libreto (en una entrevista confesó que hizo dieciocho versiones del guion antes de seleccionar la definitiva). La selección de quienes interpretarían los personajes debió ser también un proceso inadecuado, pues a las actuaciones de Christian McGaffeny, Roberto Jaramillo (fisicoculturista y «creador de contenido» en redes sociales), Jana Nawartschi, Franklin Virgüez (no valió el método Stanislavski que dijo haber aplicado para la escena del interrogatorio) y José Ramón Barreto les falta mucho para ser buenas, unas por faltas y otras por excesos. En algunos se puede aducir poca experiencia actoral, pero en otros solamente puede evidenciarse descuido. Quizás una combinación de ambos. Dos datos adicionales: la película costó 30 000 dólares y fue rodada en 28 días.

Sin embargo, y muy a pesar mío, esta cinta fue reconocida como mejor película en el Festival de Cine Venezolano (Mérida, Venezuela) en 2023. Vicentini se llevó, además, el premio como mejor director y mejor guion. El filme participó en los premios Goya, pero no fue postulada para los premios Oscar (lo que generó una «pataleta mediática» del malcriado creador). En general, el público también fue receptivo, aunque escuché al propio cineasta asegurar que Simón fue pensada y realizada para quienes forman parte de eso que llaman eufemísticamente «la diáspora venezolana». Comparto aquí algunos comentarios positivos dejados en la Red:

  • «Es un filme extraordinario, al ser venezolano me impactó de inmediato porque mis lágrimas salían sin darme cuenta, el solo hecho de sentir la angustia que sentía en el 2017 y 2018 antes de emigrar a Argentina me identificó de inmediato. Además de ser una historia localista puede ser universal y eso suma muchos puntos. La fotografía del filme es de excelencia, las actuaciones impecables de los protagonistas principales, destacando sobremaneramente (sic) el performance de Franklin Virgüez representando brillantemente a esa dictadura malévola que nos ha hecho tanto daño a los venezolanos. Me gustó que el guion se base en las consecuencias, en los traumas que ha generado a aquellas personas valientes que han luchado por salir del régimen. Es asfixiante pero vale la pena verla. Orgullosamente venezolano».
  • «Una película que dentro de un caso específico logra mostrar el daño físico, psicológico y moral, que la Narcodictadura Venezolana logró instaurar como método de tortura a todos aquellos que se atrevan a desafiarla. Cabe destacar dentro de lo mostrado que no todos los Venezolanos salieron a recuperar su libertad de haber sido así quizás hubiéramos triunfado. Los que salieron fueron traicionados por la diligencia (sic) política «OPOSITORA» que es la otra pata con que camina el régimen. El caso Venezolano es muy difícil de explicar al extranjero que no conoce a ciencia cierta lo que allá sucede y cada día que pasa es más difícil. La gente aprendió a vivir bajo sus reglas sin mirar a los lados haciendo su vida y aunque no lo entienda de alguna manera creo que es lo mejor. Ahora la dictadura cambió su método y le ha funcionado la gente vive y hace cualquier cosa siempre y cuando no se atreva a desafiarlos todo estará bien como sea que se vea. Felicitaciones por la película les saluda un desplazado desde Argentina».
  • «Es una película que puedes amarla y sufrirla desde el comienzo hasta el final… La forma como juegan con los sentidos, visuales y auditivos para generar una pizca de esas emociones tan fuertes que nacen en momentos de impotencia y angustia. Sin duda una obra de arte que no hace más que relatar una de millones de historias que hemos vivido uno a uno a lo largo de esa destructiva dictadura… Espero pueda tener una visión mundial y que el mundo entienda que tal vez lo que nos faltó en esos días de protestas, además de estar todos, fue estar TODOS, desde adentro y afuera también; y aunque muchos hemos tenido que tomar la decisión de Simón, de «no firmar» y ahora vernos obligados a vivir vidas incógnitas en lugares recónditos del planeta, entiendo desde el corazón y gracias a la vivencia de todo lo que hemos pasado, que la esperanza es lo último que se pierde, que esa ilusión de vernos llegar y seguir con nuestras vidas donde las dejamos, algún día podrá realizarse. Y sobre todo, que no hay guerra que dure mil años. Fuerza Venezuela».
  • «Es la triste realidad venezolana que muchos ignoran y otros prefieren mirar a otro lado creyendo que nunca les puede pasar. La película sin necesidad de mostrar lo grotesco de un régimen represor, deja claro lo que sucede, y sutilmente deja clara la influencia cubana, que es un cáncer que hizo metástasis en Venezuela. El chavismo no solo acabó con un país que se resiste a convertirse en otra Cuba, es también esa semilla maligna capaz de podrir una sociedad buena y progresista en nombre de una supuesta  igualdad, que en realidad solo es interés individual de unos pocos resentidos, mediocres y egoístas. Dios bendiga a mi país, y guíe a los vecinos para que no sigan este horrible camino. No crean en Petro, porque los resentidos con poder solo quieren salirse con la suya, no les importa nada más».

La única opinión desfavorable que leí fue la de alguien a quien conozco personalmente, Ricardo Romero Romero, comunicador, columnista, productor audiovisual, director en línea de una cadena televisiva internacional y conductor de un programa de crítica cinematográfica:

La cinta tiene fallas en el guion bajo un relato que se percibe estirado, con altos y bajos en las actuaciones. La fotografía es aceptable al igual que el sonido. El argumento omite a las víctimas de la violencia guarimbera que cercenó la vida de motorizados degollados, gente que fue quemada viva, golpeadas, apuñaladas, rociadas con gasolina y luego prendidas en llamas como fue el caso de Orlando José Figuera de 21 años, dizque porque estaba robando a los que protestaban y fue ejecutado de forma sumaria. Esta película blanquea a los guarimberos mostrando que ellos (opositores al gobierno venezolano), eran todos estudiantes. Invisibiliza a los pobres que formaron parte de la «Salida» y solo muestra el lado «sifrino» del cuento, ya que «Simón» se da el lujo de ir a Florida a exilarse y no muestra a la diáspora de «a pie» que emigró y hasta la selva del Darién fue a parar. No existen personajes de contraste de parte de los movimientos chavistas, lo que convierte al film en un panfleto propagandístico sobrevalorado y que siendo «entubado» por una academia constituida por gente que rechaza a Maduro, fue derrotado en los Premios Goya.

Finalmente, ¿qué es el cine? ¿Arte? ¿Proselitismo? ¿Creación o panfleto? ¿Realidad o ficción? Saque usted sus propias conclusiones… Yo ya deduje las mías.

¡Seguiremos leyéndonos en una próxima entrega!


Publicado por Rod Medina

Docente, escritor, poeta, mediador y promotor de lectura; con más de 30 años de experiencia en el ámbito pedagógico. Por años se ha dedicado al desarrollo de diferentes actividades comunitarias relacionadas con la promoción del libro y la lectura. Como miembro del Colectivo TVLecturas ha participado en varios proyectos de la Fundación La Librería Mediática. Ha ejercido funciones como diseñador y facilitador de diversos cursos y talleres, y como asesor en instituciones públicas dedicadas a la gerencia del libro y la lectura. Es autor de los títulos A leer se aprende leyendo editado por el Centro Nacional del Libro, e ¡Imágínate tú! publicado por la Editorial El perro y la rana. Como autor editor ha publicado cinco libros de poemas: La viga en el ojo, Apuntes de geometría para anacoretas en gestación, Confidencias a una sombra, Fe de errancias y Multitud de gentes me habita.

2 comentarios sobre “BOLÍVAR DEVALUADO

  1. Excelente análisis y deconstrucción de lo que «Simón» quiere hacer sentir en sus espectadores,así como lo refirió Romero, en su comentario, no todas las visiones fueron acá incluidas… sólo le dió cabida esta obra cinematográfica a un sector que está descontento y no a otros que también lo están, esos que para ellos no tienen derecho a decir nada. Imagino que lo de la «inclusión» ni por casualidad la aplican porque eso sería pensar como el régimen .

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    1. El cine, tanto de ficción como documental, se sostiene en dos miradas: la del autor y la del espectador. Una continúa en la otra, abriendo posibilidades de lecturas. «Simón» es una especie es un concierto de miradas monológicas, no hay espacio para la duda, el cuestionamiento, la ambigüedad. La experiencia que se tiene al verla es como la de mirar a través de un tubo: el efecto tunel.
      Gracias por tu comentario, María. Seguiremos leyéndonos en una próxima entrega 👍

      Me gusta

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